Reflexiones sobre la carrera de ratas (13/6)

El otro aspecto interesante (y paradójico) es que somos más felices cuando otros nos cuidan y/o trabajan para nosotros y, por tanto, cuando tenemos menos responsabilidades. Esto empaña gravemente la imagen del hombre occidental en busca de una carrera rica en retos profesionales. Por el contrario, cuando se encuentra en el apogeo de su actividad lucrativa, entre los 40 y 50 años, muy a menudo en un puesto ejecutivo, toca el fondo del abismo en términos de moral: este es el período de predilección por el agotamiento, depresión e incluso suicidio.

La rata fue seducida, excitada, manipulada, drogada, mentalizada y explotada. Lo alimentamos a la fuerza antes de matarlo de hambre, lo hicimos soñar antes de privarlo del sueño. En algún momento se cocina. Entonces es grande la tentación de utilizar tus últimas reservas para escapar de tu jaula. Comienza entonces una apuesta más que arriesgada, porque el único resultado posible es la muerte.

Pero si en lugar de agitarse, quemar sus baterías y ser notada por los experimentadores, descansa tranquilamente en su rincón, escondida detrás de la masa de otras ratas enloquecidas, entonces tiene todas las posibilidades del mundo de sobrevivir muchos años. Mejor aún, con el tiempo, a medida que envejece, no sólo gana perspectiva sobre todo lo que sucede a su alrededor, sino que, sobre todo, tiene cada vez menos interés a los ojos de los experimentadores. Entonces le damos una gran paz.

Esto es lo que nos enseña la curva de la felicidad: todo es cuestión de tiempo. Hay que dejarlo fluir. Déjalo ir. Eventualmente pasará. Agitarse es inútil. Consumir y trabajar no nos hace más felices, sino todo lo contrario.

No sorprende comprobar que los jóvenes, que aún no han entrado en el mercado laboral, y las personas mayores, que ya lo han abandonado, sean los que mejor se sienten. Tienen tiempo para vivir. Toman las cosas como vienen. Viven en el momento presente.